Una luz en el camino

Hace unos años, dejándome guiar por la inspiración llegué al “Portal de África”, Senegal. Un país desbordante en intensidad me aguardaba. A su llegada noche cerrada, humedad y calor. Recorrí el país retrocediendo en el tiempo pero pensando en el futuro, en un encuentro con la propia existencia del ser humano, sus costumbres y su medio natural, me reconocí a mí misma y me sentí parte de esta tierra. Guiada por Oumar, me introduje en el continente africano. Un mundo nuevo se me antojaba misterioso, repleto de tesoros ocultos, muy espiritual y rico en tradiciones. Conocí sus parajes, visité poblados y conecté con sus habitantes. La honestidad, y el sentido de la amistad que impregna el ambiente cargado de olores y colores, y la vibración de sus danzas y de su música cautivó el espíritu que habita en mí. Los días tornasolados se convertían en noches de nácar.

Naturaleza viva, naturaleza suave, fuerza mayor en sus lluvias, calor y polvo en las miradas. Surgió la amistad profunda, un vínculo dulce con el Senegal. El extraordinario sentido de la vida de sus gentes y su bondad innata cuando nada es nada pero se comparte todo supuso el despertar de la conciencia que habita en el interior del hombre.